Cada vez es más frecuente recibir noticias sorprendentes sobre inversiones en startups o pequeñas empresas donde se informa de elevadísimas sumas de dinero comprometidas (gran expectativa) o realizadas a cambio de una participación minoritaria y donde se indica que “con ese dinero y apoyo personal y empresarial, los socios fundadores confían en alcanzar unas cifras de negocio espectaculares y convertirse en una empresa de las calificadas como “UNICORNIO singular”, a lo AMAZON.
Es también habitual que los inversores que participan en esa inversión sean pequeños ahorradores con contactos “planetarios” que serán decisivos para conseguir que la compañía donde invierten llegue a ser un líder mundial o casi o por el contrario que el inversor sea una gran compañía que confía en que su inversión se traduzca en un incremento exponencial de su cuota de mercado o de su cifra de negocios y porfolio de productos y servicios estrella. Ciertamente sorprendente e inaudito.
Y uno se pregunta ¿cómo es posible que ese aparente diamante donde están invirtiendo esos ahorradores o esa gran empresa sea tan valioso, vaya a producir tan espectaculares resultados y yo que, en algún caso, lo he tenido cerca no lo haya visto o haya sido incapaz de atribuirle un valor “TIFFANY” con tanta certeza y seguridad?
El comportamiento inversor
Teóricamente el inversor toma decisiones racionalmente pero realmente los sentimientos y afecciones priman en las decisiones. El sentimiento es un factor que mira al pasado, a lo que ha ocurrido. Igualmente, prima la sobre reacción pues nos sentimos más seguros en el grupo (mimetismo). El inversor piensa que las posibilidades de supervivencia y ganancia son mayores en grupo: si lo hace todo el mundo …no se estarán equivocando todos. Se produce un efecto “manada”.
Empíricamente hay una tendencia a tomar decisiones basadas en estereotipos (simplificaciones) o en acontecimientos recientes y a apoyar esas decisiones en elementos o datos no relevantes ni significativos, aunque sean ciertos, pero que no afectan a la decisión en cuestión. El inversor tiende a hacerse caso a sí mismo, hay un exceso de autoconfianza. Todos nos creemos los mejores con nuestro dinero, aunque los comportamientos irracionales (generalizados) son los que generan las oportunidades de inversión.
Paul Getty decía que “se había hecho rico haciendo feliz a la gente, invirtiendo cuando la gente quería vender”.
Fondos especulativos frente a Fondos racionales
Frente a las realidades empíricas expuestas, los profesionales de la inversión pueden optar por ofrecer productos de inversión especulativos o realidades empresariales. En el caso del fondo especulativo el valor atribuido se basa en percepciones o expectativas de revalorización que no tienen un tracto histórico al tratarse de proyectos o empresas en etapas tempranas que o bien tienen que crear mercado (demanda) o bien tratan de ofrecer productos o servicios sustitutivos a otros existentes y por tanto han de vencer la resistencia al cambio por parte del consumidor o cliente final. Cuando nos referimos a realidades empresariales, como es el caso de los Fondos de Private Equity, si existe un recorrido histórico previo de la compañía, hay métricas de negocio que validan su viabilidad, resultados, capacidades, equipos de gestión, estrategias, mercados, etc.
Las gestoras de Fondos que actuamos como “Value investors” no podemos tomar ni ofrecer oportunidades de inversión donde el fundamento de valoración sean las expectativas de negocio que no se asienten en realidades empresariales. En nuestro caso, los vehículos de inversión son Fondos que podemos etiquetar como “racionales”, es decir, la compañía en la que se invierta debe valorarse atendiendo a las métricas de negocio recientes que sirva de base para diseñar un “Investment Case” que permita atribuir un valor actual y un valor futuro sobre parámetros y decisiones creíbles además de buenos activos y equipos de gestión experimentados y capacitados para abordar ese plan de negocio en el que se apuesta una suma significativa de dinero y una aportación de valor relevante por parte del equipo de la Gestora.
La expectativa como fundamento de valor
Además de lo anterior, el inversor ha de tomar una decisión de inversión fijando un precio de entrada, que constituirá el punto de partida para cuantificar la rentabilidad esperada en el horizonte temporal al que invierte.
Todo inversor con cierta experiencia sabe que precio no es igual a valor. Una cosa es el precio que se paga y otra el valor de lo que se adquiere.
Cuando un inversor o grupo de inversores desembolsa 35 millones por el 25% de una empresa en sus etapas tempranas, cuya cifra de negocios es de 4 millones de euros con un EBITDA que no llega a 2 millones de euros, es evidente que está tomando una decisión basada en sensaciones o sentimientos; sus expectativas de revalorización no se asientan en fundamentos de negocio sino en un exceso de autoconfianza y optimismo grupal (de manada) que excede una mínima racionalidad inversora.
En el ejemplo anterior, los inversores están valorando la compañía en 140 millones (70 veces su EBITDA) y razonablemente piensan que podrá alcanzar un valor de 525 millones en 5 años para obtener una rentabilidad en términos de TIR del 25% que es un parámetro generalmente aceptado en inversiones con riesgo significativo. La cuestión es, cómo piensan que se puede obtener esa rentabilidad a partir del precio pagado.
Haciendo cuentas sobre el ejemplo anterior, para que las acciones de la compañía invertida se multipliquen por tres, es decir tenga un valor de mercado de 525 millones, será necesario conseguir un incremento de la cifra de negocios del 2.000% (es decir, multiplicar las ventas actuales por 20), que el ratio EBITDA/VENTAS nos sea inferior a un 25% y que el inversor que adquiera las acciones de los accionistas que suscribieron la aportación de 35 millones esté dispuesto a pagar 26 veces el EBITDA conseguido al finalizar el año 5. Todo ello sin aplicar un coeficiente corrector para una participación minoritaria.
Ciertamente estaríamos ante una proeza empresarial digna de una distinción empresarial de grado sumo.
Delicias Capital es una gestora cuya filosofía de inversión es la creación de valor para sus partícipes, es decir, ofrece Fondos de Inversión Colectiva para invertir en empresas cuyo fundamento de valor sean las ventajas competitivas, la calidad de los activos y de los directivos y la capacidad para crecer y generar caja, el Value Investing. No podemos ni queremos permitirnos ofrecer oportunidades basadas en meras expectativas sin fundamentales de negocio contrastados.